Si el
señor Doyle estaba en Danford, no necesitaría averiguar su dirección en Leeds
ni trasladarse allí, pues su intención no era otra que hablar con él. Recibió
una respuesta afirmativa. Sarah pidió que lo avisaran, pero el recepcionista se
limitó a indicarle en qué habitación podría encontrarlo. Sarah dudó. No era
decente que una dama entrara sola en la habitación de un hombre, pero enseguida
pensó que lo más probable es que el señor Doyle estuviera acompañado del señor
Tyler. Con esta certeza, subió al segundo piso y llamó a la habitación que le
habían indicado. Estaba nerviosa y aquellos segundos se le cayeron encima. Por
fin la puerta se abrió. Ante ella apareció un hombre más joven de lo que
hubiera esperado y que, a pesar de que fruncía el ceño y no disimulaba su
disgusto por ser interrumpido, tenía un porte elegante. Unos ojos penetrantes
destacaban sobre una nariz aguileña en un rostro endurecido prematuramente. La
mirada rígida que le dirigió hizo dudar a Sarah de la conveniencia de su visita
y, casi sin voz, preguntó si era el señor Doyle.
Él
asintió con un gesto y, aunque no la invitó a pasar, ella penetró hasta el
recibidor. Temblaba, pero estaba decidida a no dejarse amedrentar.
–Me llamo
Sarah Larson –dijo en espera de alguna reacción en el rostro de él, pero la
mención de su apellido no le cambió la expresión–. Supongo que el señor Tyler
le habrá contado...
–¿La
manda el señor Tyler? –preguntó él.
Sarah
calló. No sabía cómo abordar el tema. Sin pretenderlo, miró una silla y el
señor Doyle comprendió que debía ofrecérsela. Ella se sentó, pero él permaneció
de pie.
–No, no
me manda el señor Tyler, pero pensaba que él estaría con usted y le habría
hablado de...
–Acabo de
llegar de Leeds. Aún no he podido entrevistarme con el señor Tyler –la
interrumpió de nuevo–. ¿De qué debería haberme hablado?
–Edward
Larson es mi primo –notó que él permanecía inmutable–. Supongo que recuerda al
señor Larson –insistió.
–Sí, lo
recuerdo –dijo sin mayor interés y, como si tuviera prisa por terminar con esa
intromisión, añadió:– Y, ¿puedo saber a qué debo el honor de su visita?
Sarah
notaba que en la solemnidad de su lenguaje no había afabilidad. Afortunadamente
él también se acercó una silla y, más que acomodarse en ella, se apoyó en un
extremo en una postura que no invitaba a permanecer así demasiado tiempo. Ella
aprovechó el inciso para reponer fuerzas y decidirse a continuar.
–Mi primo
le vendió Hillock Park, la casa de mi padre.
–Cierto.
Parecía muy ansioso por deshacerse de ella –recordó.
–Lo que
probablemente no sabía usted en esos momentos, o así me pareció entendérselo al
señor Tyler, es que mi hermana y yo residimos en Hillock Park.
–Se
equivoca usted, sí lo sabía, el señor Larson me informó de ello –la respuesta
sonó tajante.
–¿Lo
sabía? Y, aún así, ¿accedió a comprarla? –Sarah no pudo evitar que en su tono
de voz hubiera un matiz de censura.
–Si no
estoy equivocado, el propietario era el señor Larson. Creo que todo se ha
efectuado dentro de la legalidad –se defendió él–. ¿Por qué no debería haberlo
hecho?
–No se
trata de legalidad, señor Doyle. Se trata de... humanidad –dijo ella con firmeza
e imploración a la vez–. Si no fuera por mi hermana yo no me hubiera atrevido a
venir hasta aquí.
–¿Qué le
ocurre a su hermana? ¿Está enferma?
–No, no
está enferma. Pero mi hermana adora esa casa. Ni ella ni yo contábamos con que
fuera vendida –Sarah bajó el tono de su voz consciente de que debía parecer más
modesta–. Señor Doyle, le ruego encarecidamente que revoque la compra que le
hizo a mi primo.
–¿Por qué
debería revocar el contrato? Por lo que yo entendí, ni su hermana ni usted se
quedan en la calle –respondió él con voz de sorpresa.
–No, no
nos quedamos en la calle porque nuestra tía, la señora Lorrimer, es tan amable
de acogernos, pero Hillock Park es la casa en la que nos hemos criado, ¡toda
nuestra vida está allí!
–Lamento
que tengan una vida tan limitada, pero no puedo concederle el favor de devolver
Hillock Park –respondió en tono jocoso al tiempo que se levantaba incomodado
por esa demanda.
Sarah
también se levantó y, aunque se sentía humillada en esta situación, imploró una
vez más.
–Señor
Doyle, ¿no habría la menor posibilidad de que nosotras le arrendáramos la
propiedad? No podemos pagar mucho, pero...
–Señorita
Larson, si ese es el motivo de su visita, no hace falta que malgaste más el
tiempo de ninguno de los dos. Necesito Hillock Park –dijo como si más que de
una afirmación se tratara de una orden–. Aunque usted me ofreciera el doble de
lo que he pagado por ella, mi respuesta sería la misma.
El señor
Doyle se acercó a abrir la puerta para despedirla. Sarah permaneció quieta y,
con severidad, dijo:
–El señor
Tyler me había comentado que usted era un caballero.
–¡Un
caballero! ¿Qué reacción esperaba de mí?
¡He pagado un precio justo por esa casa! ¿Acaso tenía alguna esperanza de que
se la cediera porque dos señoritas se van a vivir con su tía? ¿Pensaba usted
que, por venir aquí con sus mejores galas, yo me vería obligado a aceptar tan
atropellada demanda por no sé qué caballerosidad?
Su mirada
se clavó en la de ella y parecía que iba a vociferar. Pero enmudeció unos
segundos que a Sarah se le hicieron eternos. Se supo estudiada y se sintió
pequeña. Recordó su vestido rojo y su deber de luto, recordó que estaba en la
habitación de un hombre sin otra compañía y que su conducta era inapropiada
para una dama. Pero no se le pasó por la cabeza la idea de que él estuviera
dolido por la ofensa al haber dudado de su caballerosidad.
–¿Acaso
sabe usted algo de mí para decirme qué soy o qué no soy? ¿Acaso su primo, el
señor Larson, es lo que usted considera un caballero? –mientras la interrogaba con
una mezcla de sarcasmo y dolor, se acercaba a ella. Sarah tuvo miedo. Él se
detuvo a una distancia todavía decorosa–. Me crié en una mina, señorita Larson,
¿cree que me interesa algo su concepto de caballerosidad? Dé un paseo por las
explotaciones o las fábricas y dígame qué pinta en este mundo su caballerosidad. Mire el estado de la
ciudad. ¡No! No es caballerosidad lo que aquí falta. Pretende usted conmoverme
porque va a vivir con su tía –repitió– ¡Vaya desgracia la suya! –la exclamación
no estaba exenta de mofa–. Desgracias son las que sufre cada día la gente que
la rodea, que también son sus vecinos, de ellos debe conmoverse, aunque no se
codeen en sociedad, y no de usted misma –era evidente que él trataba de
ridiculizar su súplica–. Creo que, al lado de todo esto, debe considerarse una
afortunada, señorita Larson.
–Está
claro –reaccionó ella– que usted y yo no vamos a llegar a un acuerdo. No está
en mi talante aceptar la demagogia como argumento –lo desafió.
Él se
sintió nuevamente molesto. Caminó por el recibidor, respiró profundamente y
luego dijo, con voz sorprendentemente serena:
–De
momento no puedo dedicarme a Hillock Park. Debo afrontar otras ocupaciones más
urgentes. Su hermana y usted pueden quedarse un tiempo. Las avisaré con la
suficiente antelación para que puedan mudarse sin prisas. Mientras, ocúpense en
hacer inventario de los muebles o ajuares que quieran quedarse y para los que
no encuentren otra ubicación, los guardaré el tiempo que sea necesario. No
puedo ofrecerle más.
–Su
postura ha quedado muy clara, señor Doyle. Descuide, mi hermana y yo nos
mudaremos esta semana. Hillock Park es suyo
y nosotras no interferiremos en... la legalidad
de la situación.
Hola Jane,
ResponderEliminarWow, que buena narrativa... Reflejas a la perfección las emociones que ambos protagonistas sienten en este breve espacio de tiempo, me encanta!
Esa descripción de como se sienta él en la silla, wow...
Veo que como yo, eres una enamorada de Jane Austen.
Me agradará pasearme por tu blog.
Un saludo!
¡Hola, Paula!
ResponderEliminar¡Bienvenida! Y mil gracias por tu comentario. La verdad es que en todo momento he tenido dos referentes a la hora de escribir "Hillock Park": "Orgullo y prejuicio", de Austen y "Norte y Sur", de Gaskell. Aparte de que las dos historias de amor se parecen, Jane Austen es más irónica y mejor narradora. No mete paja, va al grano y todo en su texto tiene función narrativa. Gaskell (amiga de Dickens) estaba más preocupada por la situación social, lo cual es loable, pero a veces se recrea demasiado en descripciones que detienen el ritmo de la lectura, por no hablar ya de todas las citas religiosas y eso procuro evitarlo.
Me han dicho en ocasiones que no escribo "a la moda actual", así que no sé si voy a ser un bicho raro en este mundillo.
Así que este primer comentario es muy bien recibido y espero no defraudar.
¡Un abrazo!
Hola Jane,
ResponderEliminarLa historia de "Norte y Sur" no la he leído, sólo he visto la miniserie y me encantó. Desde entonces tengo el gusanillo de querer leer la novela, pero no he podido todavía.
Olvida lo de la "moda" que como "moda" pasa. Es mejor ser fiel a ti misma y tener tu propio estilo, que querer "parecer" del corrillo y al final no estar satisfecha con tu obra. Es mi opinión, claro. Pero, creo que en este mundillo tiene cabida todo, y las historias con encanto como las de Austen tienen aún más cabida ya que el tiempo que nos ha tocado vivir parece olvidar que la vida debería vivirse con calidad y no con cantidad.
Por cierto, "Orgullo y Prejuicio" es mi preferida de Jane Austen, fue la primera suya que leí y me enamoró su estilo, su capacidad para reflejar el alma humana.
¡Ánimo! No defraudarás a nadie, ya que la que más espera de ti, eres tú misma y mientras tú "sientas" cada letra que escribas, todo saldrá bien.
Te deseo toda la suerte del mundo.
Un beso!
Acabo de leer el libro y me ha encantado. Efectivamente se parece a las dos que mencionas y te aseguro que está a la altura. Estoy de acuerdo con Paula en que no dejes que te influyan las modas y sigas tu estilo, que atrapa desde el primer momento y me parece mucho más interesante que otros. ¡Ánimo y sigue escribiendo!
ResponderEliminar¡Hola Jane!
ResponderEliminarEl fragmento me ha encantado y me dan ganas de leer el libro completo. ¡Felicidades! Creo que eres una buena escritora y que tienes un futuro en este mundillo, independientemente de las modas. ¡Sigue adelante!
¡Mil gracias por tus ánimo,s Jim! ¡Espero no defraudarte!
ResponderEliminarMuchas gracias, Elsa, vuestros comentarios me levantan mucho el ánimo. :)
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