Old Keady, 29 de diciembre de 1862
“Querido
Andrew:
Para tu tranquilidad, te diré que
estoy bien de salud. El pequeño malestar que me provocó esa insípida sopa ya se
me ha pasado y mi apetito ha regresado. Espero que tú también te encuentres
bien.
Sin embargo, debo contarte una mala
noticia. La señorita Adams nos ha dejado. No, ella no ha abandonado Old Keady
por sorpresa, tal como hizo el señor Baesley, lo que quiero decir, o escribir,
es que la pobre joven ha dejado este mundo. ¡Y pensar que yo fui la última
persona que la vio con vida! Pero, te lo explicaré todo desde el principio.
Ayer, poco después de tomar el té, yo entraba en la casa tras recoger un poco
de acebo para mi habitación cuando la señorita Adams apareció en el vestíbulo.
Parecía concentrada en sus propios pensamientos, porque me saludó de un modo
automático y no me contestó cuando yo le recomendé que no saliera porque ya
estaba anocheciendo. Ella se estaba poniendo una capa, y en esos momentos hubo
un detalle que me pasó desapercibido, puesto que yo estaba más preocupada por
subir a calentarme los pies que en otra cosa. Las botas se habían mojado tras
pisar la nieve para coger las flores.
Por tanto, subí a mi habitación, me
descalcé, me quité las medias y sequé mis pies. La chimenea estaba encendida y
permanecí un rato junto a ella, dejando olvidado el acebo sobre mi escritorio.
Creo que me quedé dormida, pues la placidez que da el calor en los pies es tan
eficaz para estos casos como un masaje en las sienes. Habría transcurrido más
de una hora, pues al asomarme a mi ventana la noche ya era oscura. Después de
volver a vestirme, me encargué de colocar el acebo en agua, hasta que decidiera
qué tipo de arreglo floral hacer con él, y luego bajé al salón, donde se
hallaba el señor Stamford leyendo un libro. También se encontraban allí su
hija, el señor Lloyd y los señores Milton, que jugaban una partida de bridge.
Un poco más tarde llegó la señora Clithering y preguntó por su sobrina. Yo iba
a decir que la había visto salir hacía casi una hora y media, pero la señorita
Stamford se me anticipó y comentó que la había estado esperando media hora
antes puesto que habían quedado para escribir juntas a una amiga común del
internado. Creo que ya te he contado que la señorita Stamford y la señorita
Adams se conocían desde niñas. De nuevo, yo iba a decir que la había visto
salir, pero esta vez fue el coronel Coombe, ese vecino tartamudo tan horrible
que tienen los Stamford, quien hizo aparición en la estancia e impidió que yo
lo mencionara. Tenía una expresión alarmada y comenzó a hablar de la señorita
Adams. Con su manía de interrumpir las palabras y repetir las sílabas, tardamos
unos minutos en comprender lo que estaba diciendo. Por lo visto, la señorita
Adams estaba muerta y él mismo había encontrado el cadáver debajo de una
elevación rocosa a la que a ella le gustaba subir para observar las vistas.
Todos supusieron que había sido un
accidente, un accidente fatal, por cierto, pues creo que es protocolario añadir
este adjetivo en casos así. Luego sobrevino uno de esos momentos en los que
nunca sé cómo comportarme. La señorita Stamford se echó a llorar, al igual que
la señora Clithering. Parecían competir en mostrar desconsuelo y la señora
Milton no sabía a cuál de las dos dedicar sus palabras de ánimo. El señor
Stamford no ocultó su preocupación porque algo como eso hubiera ocurrido en sus
dominios y el señor Milton procuraba poner algo de sensatez preguntando una y
otra vez al señor Coombe si estaba seguro de que la señorita Adams había
fallecido o si todavía se podía hacer algo por ella.
El señor Lloyd, el prometido de la
señorita Stamford, estaba pálido y no reaccionaba. Eso me extrañó, pues en
general es un joven muy resuelto y que sabe afrontar todo tipo de situaciones.
Tuvo que ser mi intuición la que
diera otra mirada sobre los hechos. En realidad, lo pensaba para mí, pero se ve
que lo dije en voz alta y todos me escucharon. “Creo que no ha sido un
accidente fatal, sino un suicidio”. El silencio que se creó y las miradas que
recibí sobre mi persona me indicaron que, efectivamente, todos habían
comprendido mis palabras, entonces me vi obligada a decir que, cuando me la
había cruzado dos horas antes, tenía la mirada perdida y parecía gravemente
preocupada.
El señor Lloyd me reprochó que no lo
hubiera dicho antes, ¿te lo puedes creer? Y la señora Clithering estuvo a punto
de insultarme por decir algo así de su sobrina; incluso el señor Stamford me
pidió que no injuriara a nadie en su casa. Por fortuna, cuando un rato más
tarde llegó el señor Sanders, policía local, me escuchó con mayor interés y
creo que no le resultó absurda mi teoría.
Ahora bien, supongo que te estarás
preguntando por qué motivo habría querido suicidarse la señorita Adams y eso,
querido hermano, es lo que estoy dispuesta a averiguar. Por este motivo, no
regresaré a Horston el dos de enero tal como te había prometido, sino que me
quedaré aquí hasta que resuelva el misterio.
Con el deseo de que nadie se haya
suicidado en Horston, recibe un fraternal abrazo desde aquí. Te quiere,
June”
Me ha gustado mucho esta primera parte. Veamos cómo avanza la investigación de June ^___^
ResponderEliminar¡Muchas gracias por compartir este relato y Feliz Año!
Gracias por aguantar a la señorita Whittemore :)
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