En La
casa de las flores muertas, el cuñado de la señora Stringle se dedica a
trabajar en los semáforos de Porstmouth. Sí, he dicho “semáforos”, y estamos en
1802, pero no servían para regular el tráfico, sino para comunicarse en la
distancia. Desde tiempo inmemorial, el hombre ha querido hablar a pesar de la
lejanía (con señales de humo, fuego, luces, banderas…)
Por ese motivo, y por el ambiente bélico, en 1796,
durante las guerras napoleónicas, se introdujo en Inglaterra un sistema de
señales visuales que unía todos los puntos en altura en la ruta de Londres a
Porstmouth. Este sistema diseñado por el reverendo Lord George Murray,
consistía en un gran panel dividido en seis partes, cada una con su propio
obturador tipo persiana, en el cual las letras se configuraban abriendo y
cerrando los obturadores en un código convenido.
Estos paneles se mantuvieron en uso por 20 años, hasta
que fueron reemplazados por un sistema de semáforos. Cada uno de éstos empleaba
un sistema de brazos articulados, montados sobre un alto pedestal, los cuales
eran operados por un hombre desde la superficie.
Este sistema era totalmente ineficiente en la oscuridad y con
niebla.bNo obstante, las estaciones de semáforos sobrevivieron
hasta 1849, empleándose en forma simultánea con el recién introducido telégrafo
eléctrico, por un período de cuatro años.
Un par de años antes de que
apareciera el “semáforo” de Murray, en Francia, Claude Chappe había ideado el
el primer sistema de telegrafía en el mundo: le systeme Chappe. Dicho
sistema (llamado también “telégrafo de semáforo”, “telégrafo óptico”,
“telégrafo napoleónico”, etc.) basaba su funcionamiento en el envío de señales
luminosas de un punto distante a otro. Para esto, las estaciones o cabinas telegráficas
debían de ser construidas en lugares de altura considerable y estar ubicadas a
cierta distancia máxima para que los operadores pudieran distinguir con
claridad las señales recibidas y redactar el mensaje o transmitirlo a la
estación próxima.
Este sistema consistía de un haz
de luz central con al menos dos brazos mecánicos que podían cambiar de posición
para dar lugar a 98 combinaciones distintas, las cuales se correspondían con un
libro de códigos que contenía una palabra para cada una de las posiciones. La
palabra “ejército”, por ejemplo, podía ser la vigésimo cuarta palabra de la
página 19, por lo cual el operador enviaría primero una señal para indicar el
número 19 de la página en cuestión, y posteriormente la señal del número 24,
para indicar la palabra referida. De esta manera, podían enviarse mensajes a
lugares distantes en tan sólo unas horas, a los que un correo de posta podría
tomarle días en entregar.
En sus momentos de máxima
extensión, comprendía 534 estaciones que cubrían más de 5.000 kilómetros. Mensajes
enviados de París podían llegar a los extremos más lejanos del país en cuestión
de tres o cuatro horas, algo que antes le habría tomado a jinetes en caballos
tres o cuatro días. Pero para finales del siglo XIX,
las estaciones Chappe habían sido sustituidas por el telégrafo. Tras ser
saqueadas por sus materiales, quedaron enterradas bajo la vegetación.
Gracias por este artículo. La verdad es que unca se me había ocurrido pensar qué había antes de los telégrafos. ^^
ResponderEliminarEn cuestiones tecnológicas, los aires de guerra siempre han resultado un incentivo.
ResponderEliminar