Una fábrica de
algodón había prendido. Ocurrió poco después de la llegada de los trabajadores
y nadie sabía cómo había empezado. Algunos que a esas horas pasaban por allí
comentaron que, de pronto, se extendió un gruesa columna de llamas y humo que
escapó por el techo del edificio y provocó un gran desconcierto. Huyeron cuando
se percataron de que se trataba de un incendio y del peligro de permanecer
cerca de las llamas y gritaron la voz de alarma mientras corrían. Tras unos
largos minutos de desorden y perturbación en las calles aledañas, se montó una
cadena humana desde el río hasta la fábrica para transportar baldes de agua a
la que se iban sumando otros trabajadores y hombres locales. También se ayudaron
de una fuente cercana a la parte sur del edificio, pero la falta de bombas de
agua y el retraso de la llegada del equipo de voluntarios demoró la efectividad
del esfuerzo. La planta principal de la fábrica había prendido de inmediato, al
igual que los barracones donde se almacenaba el algodón, y los afortunados que
habían logrado salir a tiempo gritaban y rezaban por aquellos que habían
quedado atrapados entre llamaradas y paredes desplomadas. Hubo un momento en
que el fuego alcanzó el depósito de toneles de pintura, disolvente y otras
sustancias volátiles y aquello se convirtió en un polvorín que obligó a los
voluntarios y a quienes miraban a refugiarse de lo estallidos. El fuego salpicó
a una pradera que propagó rápidamente las llamas y ahora amenazaba a unas casas
cercanas. Muchas personas habían quedado sepultadas irremediablemente y otras,
que permanecían en un barracón construido de ladrillos y cuya salida se había
visto bloqueada por un desplome, sufrían una agónica espera mientras suplicaban
que los voluntarios llegaran a tiempo. Tras unos minutos que parecieron horas,
por fin ellos mismos lograron abrir un boquete desde dentro y pudieron salvarse
casi una veintena, aunque mostraron signos de intoxicación y quemaduras en
distintas partes del cuerpo.
La fábrica
siniestrada era la del señor Hughes y pronto empezaron a correr rumores de
distinta índole sobre el origen del fuego. Unos señalaban al sindicato, molesto
por los sucesivos despidos y bajadas de sueldo; otros, a algún antiguo
trabajador aislado que se había tomado la justicia por su mano; los había que
señalaban al propio señor Hughes, que tenía el telar asegurado por una póliza
de suculenta cantidad y todos sabían que andaban malos tiempos para su negocio.
Las sospechas iban y venían como un viento que ahora azota estas ramas y luego
estas otras y combina la quietud con la sensación de fatalidad ante un regreso
inminente. Tocaron al señor Carter, el dueño del otro telar, que con la
destrucción de la competencia se adjudicaba nuevos compradores, pero en las
ráfagas de aire acusador también se oyó el nombre de Doyle, ya que parecía ser
que su pasado era turbio y ya había estado implicado en circunstancias
similares sin que nunca hubiera habido pruebas determinantes contra su persona.
Fuera quien fuera, si
alguien había provocado ese incendio con todos los operarios dentro, había
cometido el más atroz de los crímenes. Sarah lo escuchaba todo sin saber qué
pensar.
Un incendio en aquellos tiempos era algo terrible, ahora también claro está, pero entonces el riesgo de propagación era tan brutal que da escalofríos, uff...
ResponderEliminarNo sé quien o qué habrá sido responsable del fuego, pero pongo la mano en el fuego por Doyle, :)
Un beso!
¡Uf, y más en una fábrica de algodón, donde había mucho producto volátil y otro fácil de prender!
ResponderEliminarGracias por tu confianza en Doyle, :)
¡Muas!