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martes, 27 de junio de 2017

La Sociedad Protectora de Animales de Las Palmas.





En El Puerto de la Luz, la protagonista acude a una conferencia organizada por la Sociedad Protectora de Animales, institución que había sido fundada en Las Palmas de Gran Canaria en 1896 por Mr. Alfred L. Jones. Esta sociedad, aunque de iniciativa inglesa, además de contar con el apoyo británico, también tuvo el apoyo de las autoridades locales canarias, no por sensibilidad, sino porque el turismo inglés se escandalizaba ante el trato y los abusos que los isleños cometían contra los animales. Y es que, históricamente, en el mundo occidental han sido los ingleses los primeros en preocuparse por el bienestar de los animales. 



Si bien es cierto que para el año 1635, se dictaron en Irlanda las primeras leyes de protección a los animales, hay que resaltar que estas leyes no tuvieron ninguna connotación en la expansión de la teoría del bienestar animal por Europa como la tuvieron aquellas creadas en Inglaterra, además, las leyes de protección a los animales irlandesas también tuvieron su origen teórico en Inglaterra, ya que fueron inspiración del inglés Thomas  Wentworth. En 1634, este abogado y pastor puritano escribió El cuerpo de las libertades, libro que podría ser calificado como el primer código de leyes destinado a la protección de animales domésticos. Otros puritanos también crearon leyes de protección a los animales durante el gobierno de Cromwell, gobierno que se caracterizó por permitir la celebración de peleas sangrientas de gallos, perros y toros. 


            En 1811, Jeremías Bentham, filósofo y jurista inglés, presentó a la Cámara de los lores un proyecto de ley de protección a los animales, pero dicho proyecto fue desechado con burlas. No fue hasta 1822 cuando Richard Martin, diputado irlandés, a pesar de sufrir también burlas por parte de sus colegas, por fin logró la aprobación de una ley que amparara a ciertos animales. Y, en 1824, se fundó en Londres la Real Sociedad de prevención de la crueldad con los animales


La idea de constituir una sociedad similar en Gran Canaria fue rápidamente acogida con gran entusiasmo por los residentes isleños y extranjeros, contando a su vez con el decidido concurso de las autoridades locales. Así, en la tarde del lunes 10 de aguoto de 1896 se reunieron en casa de don Rosendo Ramos, representante de la casa Elder Dempster y Cía., los caballeros ingleses Mr Seddon y Mr R. Falkner y los señores don Tomás de Zárate y Morales, don Miguel Sarmiento Pérez, don Cayetano Inglott y Ayala, don Francisco V. Reina, don Domingo Guerra Rodríguez y el director del Diario de Las Palmas. La Sociedad Protectora de Animales de Las Palmas tuvo su sede en las dependencias del Viceconsulado británico, situado en el número 93 de la calle Triana. Una vez aprobado el proyecto de reglamento que una comisión se encargó de redactar, la sociedad quedó constituida el 21 de agosto de 1896, se creó la junta directiva y los presentes se suscribieron como socios fundadores abonando las sumas de 500, 250 y 100 pesetas anuales respectivamente.




Al difundirse la noticia de la creación en Las Palmas de una Sociedad Protectora de Animales esta empezó a recibir la generosa ayuda de otras instituciones y personas simpatizantes, incluso desde el extranjero. Sabemos que la Sociedad de Amigos de los Animales de Mónaco envió un donativo de 10 libras esterlinas, y una señora de nacionalidad inglesa llamada Sofía H. Addlam remitió a su presidente, don Rosendo Ramos, por conducto de Mr Jones, la suma de 43 libras y 11 chelines que había reunido entre sus amigos, prometiendo hacer nuevos giros en noviembre. 

El primer acuerdo que tomó la sociedad, después de reclamar el apoyo de las autoridades locales, fue el de dirigirse a todos los dueños del servicio público con el fin de que estos recomendasen eficazmente a sus dependientes que no realizasen actos de crueldad con las caballerías que tenían a su cuidado, ya que estos iban a ser penalizados por las leyes. Según los artículos de su reglamento, la S.P.A. se disponía a conceder recompensas: a los propagadores de especies útiles, a los inventores de aparatos propios para solaz de animales, a los agentes de la fuerza pública que se hubieran distinguido por haber denunciado a las autoridades actos de crueldad o malos tratamientos a los animales, o por haber contribuido a corregir abusos. También a los guardas de campo, pastores, servidores de fincas, conductores de animales, cocheros, mozos de cuadra, herradores y a toda persona que hubiese demostrado en alto grado un buen tratamiento hacia los animales que tuviera a su cuidado o desvelos para mejorar su condición a propagar sus especie.



 Los cargos de la S.P.A. no eran remunerados. Los socios que se inscribieron durante el primer año de la creación de la sociedad debían pagar una cuota mensual de 2 pesetas 50 céntimos por lo menos y, para los inscritos en fechas posteriores, se fijó una cuota que no bajase de 5 pesetas al año. La acción de la S.P.A. pronto empezó a surtir efecto: se sucedían las denuncias de infracciones al Reglamento de Carruajes, se imponían multas y se obligaba a los dueños a retirar del servicio a muchos animales que se encontraban realmente imposibilitados para el trabajo. 



La labor de esta sociedad y la influencia de la colonia inglesa hicieron mucho para disminuir la crueldad de los canarios hacia los animales, pero pronto los buenos propósitos pasaron al olvido, y en 1907 la prensa volvía a expresar su gran pesimismo por lo infructuoso que resultaba luchar contra la incultura del país (Diario de Las Palmas, 11 diciembre 1907). De ahí que en la práctica totalidad de las guías de viaje que traían los turistas hubiese advertencias sobre la generalizada crueldad de los canarios hacia los animales y se recomendase a los viajeros que procuraran darnos ejemplo en este sentido. De hecho, muchos ingleses no dudaron en tomarse estas palabras al pie de la letra. Así se constata en el testimonio de Francisco González Díaz, que cuenta cómo en una ocasión vio a una varonil y expeditiva inglesa arrebatar el látigo a un desaforado arriero que maltrataba a una mula y, con él, cruzarle la cara.  En 1909, Margaret D'Este afirmaba: “Es difícil despertar en los españoles una actitud favorable hacia los animales... y si un inglés les recrimina por esto, te contestan que en cualquier caso en la isla no ha habido necesidad de fundar una sociedad para proteger a los niños, como la que nosotros tenemos en nuestro país.”

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