–Le
prometo que haré un buen uso de Hillock Park –aseguró él.
Ella
calló. Seguía incómoda por el giro que había dado la situación y decidió no
abrir la boca durante el trayecto, al menos, hasta descubrir por qué se aturdía
tanto. Él trató de entablar conversación en varios momentos, pero ella se
limitó a abortar toda posibilidad con algún monosílabo. Fingía estar
ensimismada contemplando el paisaje, pero lo cierto era que, aunque sus ojos
estuvieran abiertos, no veía nada. Sentía la respiración de su acompañante
demasiado cercana para poder centrarse en cualquier otro de sus sentidos. De
pronto, la incomodidad de sentirse fuera de sí la convenció de que no deseaba
la amistad de Doyle, al fin y al cabo él venía de ese mundo subterráneo de
hombres como los que la habían molestado un rato antes, y justificó esa idea
con el argumento de la inconstancia de él por sus cambios de humor, así como en
las opiniones que sobre ella había manifestado. No supo cómo, porque fue un
acto irracional, que, cuando él volvió a agradecerle su visita para entregarle
las llaves, ella le respondió:
–Aunque
procure ser amable, no por eso cambiaré mi opinión sobre usted. Yo conozco su
naturaleza.
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