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martes, 27 de junio de 2017

La Sociedad Protectora de Animales de Las Palmas.





En El Puerto de la Luz, la protagonista acude a una conferencia organizada por la Sociedad Protectora de Animales, institución que había sido fundada en Las Palmas de Gran Canaria en 1896 por Mr. Alfred L. Jones. Esta sociedad, aunque de iniciativa inglesa, además de contar con el apoyo británico, también tuvo el apoyo de las autoridades locales canarias, no por sensibilidad, sino porque el turismo inglés se escandalizaba ante el trato y los abusos que los isleños cometían contra los animales. Y es que, históricamente, en el mundo occidental han sido los ingleses los primeros en preocuparse por el bienestar de los animales. 



Si bien es cierto que para el año 1635, se dictaron en Irlanda las primeras leyes de protección a los animales, hay que resaltar que estas leyes no tuvieron ninguna connotación en la expansión de la teoría del bienestar animal por Europa como la tuvieron aquellas creadas en Inglaterra, además, las leyes de protección a los animales irlandesas también tuvieron su origen teórico en Inglaterra, ya que fueron inspiración del inglés Thomas  Wentworth. En 1634, este abogado y pastor puritano escribió El cuerpo de las libertades, libro que podría ser calificado como el primer código de leyes destinado a la protección de animales domésticos. Otros puritanos también crearon leyes de protección a los animales durante el gobierno de Cromwell, gobierno que se caracterizó por permitir la celebración de peleas sangrientas de gallos, perros y toros. 


            En 1811, Jeremías Bentham, filósofo y jurista inglés, presentó a la Cámara de los lores un proyecto de ley de protección a los animales, pero dicho proyecto fue desechado con burlas. No fue hasta 1822 cuando Richard Martin, diputado irlandés, a pesar de sufrir también burlas por parte de sus colegas, por fin logró la aprobación de una ley que amparara a ciertos animales. Y, en 1824, se fundó en Londres la Real Sociedad de prevención de la crueldad con los animales


La idea de constituir una sociedad similar en Gran Canaria fue rápidamente acogida con gran entusiasmo por los residentes isleños y extranjeros, contando a su vez con el decidido concurso de las autoridades locales. Así, en la tarde del lunes 10 de aguoto de 1896 se reunieron en casa de don Rosendo Ramos, representante de la casa Elder Dempster y Cía., los caballeros ingleses Mr Seddon y Mr R. Falkner y los señores don Tomás de Zárate y Morales, don Miguel Sarmiento Pérez, don Cayetano Inglott y Ayala, don Francisco V. Reina, don Domingo Guerra Rodríguez y el director del Diario de Las Palmas. La Sociedad Protectora de Animales de Las Palmas tuvo su sede en las dependencias del Viceconsulado británico, situado en el número 93 de la calle Triana. Una vez aprobado el proyecto de reglamento que una comisión se encargó de redactar, la sociedad quedó constituida el 21 de agosto de 1896, se creó la junta directiva y los presentes se suscribieron como socios fundadores abonando las sumas de 500, 250 y 100 pesetas anuales respectivamente.




Al difundirse la noticia de la creación en Las Palmas de una Sociedad Protectora de Animales esta empezó a recibir la generosa ayuda de otras instituciones y personas simpatizantes, incluso desde el extranjero. Sabemos que la Sociedad de Amigos de los Animales de Mónaco envió un donativo de 10 libras esterlinas, y una señora de nacionalidad inglesa llamada Sofía H. Addlam remitió a su presidente, don Rosendo Ramos, por conducto de Mr Jones, la suma de 43 libras y 11 chelines que había reunido entre sus amigos, prometiendo hacer nuevos giros en noviembre. 

El primer acuerdo que tomó la sociedad, después de reclamar el apoyo de las autoridades locales, fue el de dirigirse a todos los dueños del servicio público con el fin de que estos recomendasen eficazmente a sus dependientes que no realizasen actos de crueldad con las caballerías que tenían a su cuidado, ya que estos iban a ser penalizados por las leyes. Según los artículos de su reglamento, la S.P.A. se disponía a conceder recompensas: a los propagadores de especies útiles, a los inventores de aparatos propios para solaz de animales, a los agentes de la fuerza pública que se hubieran distinguido por haber denunciado a las autoridades actos de crueldad o malos tratamientos a los animales, o por haber contribuido a corregir abusos. También a los guardas de campo, pastores, servidores de fincas, conductores de animales, cocheros, mozos de cuadra, herradores y a toda persona que hubiese demostrado en alto grado un buen tratamiento hacia los animales que tuviera a su cuidado o desvelos para mejorar su condición a propagar sus especie.



 Los cargos de la S.P.A. no eran remunerados. Los socios que se inscribieron durante el primer año de la creación de la sociedad debían pagar una cuota mensual de 2 pesetas 50 céntimos por lo menos y, para los inscritos en fechas posteriores, se fijó una cuota que no bajase de 5 pesetas al año. La acción de la S.P.A. pronto empezó a surtir efecto: se sucedían las denuncias de infracciones al Reglamento de Carruajes, se imponían multas y se obligaba a los dueños a retirar del servicio a muchos animales que se encontraban realmente imposibilitados para el trabajo. 



La labor de esta sociedad y la influencia de la colonia inglesa hicieron mucho para disminuir la crueldad de los canarios hacia los animales, pero pronto los buenos propósitos pasaron al olvido, y en 1907 la prensa volvía a expresar su gran pesimismo por lo infructuoso que resultaba luchar contra la incultura del país (Diario de Las Palmas, 11 diciembre 1907). De ahí que en la práctica totalidad de las guías de viaje que traían los turistas hubiese advertencias sobre la generalizada crueldad de los canarios hacia los animales y se recomendase a los viajeros que procuraran darnos ejemplo en este sentido. De hecho, muchos ingleses no dudaron en tomarse estas palabras al pie de la letra. Así se constata en el testimonio de Francisco González Díaz, que cuenta cómo en una ocasión vio a una varonil y expeditiva inglesa arrebatar el látigo a un desaforado arriero que maltrataba a una mula y, con él, cruzarle la cara.  En 1909, Margaret D'Este afirmaba: “Es difícil despertar en los españoles una actitud favorable hacia los animales... y si un inglés les recrimina por esto, te contestan que en cualquier caso en la isla no ha habido necesidad de fundar una sociedad para proteger a los niños, como la que nosotros tenemos en nuestro país.”

domingo, 7 de mayo de 2017

Saint-Saëns en Las Palmas.








En la novela El Puerto de La Luz, se menciona una de las anécdotas de la vida de Saint-Saëns en Las Palmas de Gran Canaria y es que su estancia en la Isla dio juego para mucho.

En 1899, estaba a punto de estrenarse en París la ópera Ascanio, de Camille Saint-Säens y, el compositor, agobiado por la fama en un momento difícil de su vida, huyó sin previo aviso a Gran Canaria, lugar en el que se presentó como comisionista y pasó varios meses bajo el falso nombre de Charles Sannois. Allí estableció amistad con personas destacadas en la cultura canaria, acudía a los  ensayos de la temporada de conciertos en el teatro Tirso de Molina e, incluso, en una ocasión se atrevió a suplir a un timbalero en un ensayo al que este no se había presentando, dejando a todos boquiabiertos por su seguridad y precisión. Aunque todos supieron enseguida que era un entendido en música, no solo por su conversación sino porque era capaz de transportar de tono a primera vista cualquier acompañamiento de piano cuando, de manera informal, se prestaba a ello en las tertulias del Gabinete Literario, no sospechaban su verdadera identidad. En otra ocasión, quiso suplir la voz de Monterone en el Rigoletto, por haber fallado el bajo que había de desempeñarlo en un ensayo, y no lo dejaron. Finalmente, fue tanta la bulla desaprobatoria y los aspavientos que hizo en una función de ópera desde su butaca de segunda fila de patio, que en un momento dado Valle paró la orquesta, se volvió hacia el francés y le señaló la puerta para que se callara o se marchase. Mientras el "comisionista" se retiraba, el director de la Filarmónica recibió una ovación aprobatoria del público. 

Pero como en Francia estaban preocupados por su desaparición, su retrato se propagó en distintos periódicos y fue inevitable que uno de ellos llegara a la Isla y, el 8 de abril de 1890, en el Teatro Cairasco fue descubierta su identidad. Apabullado nuevamente por los agasajos y, por qué no decirlo, viendo menos divertida ahora su situación, Saint-Saëns regresó inmediatamente a Francia. 




Sin embargo, la Isla ya había entrado en él y el compositor regresaría en seis ocasiones más a Gran Canaria.
La integración de Camille Sain-Saëns en la vida social y cultural de Las Palmas de Gran Canaria es total, algo que quedó de relieve en sus siete viajes a la ciudad en cada uno de los cuales estrenó sus piezas para piano como el Vals Canariote, dedicada a Candelaria Navarro, joven pianista que había interpretado la Danza Macabra sin saber que el autor se encontraba entre su público. También compuso Campanas de Las Palmas, en esta ocasión dedicada a Fermina Enríquez, inauguró el órgano de los claretianos, tocó el órgano de la Catedral, estrenó su Sonata de violín y piano, acompañando al gran violinista grancanario José de Avellaneda; realizó varios conciertos a beneficio del Hospital de San José y de la Filarmónica, donde se hizo acreedor al reconocimiento de la entidad y que le nombró Presidente de Honor.






También trabó amistad con Agustín Millares y sus hijos, Luis y Agustín, a los que regaló, de su puño y letra, una poesía titulada “La Statue”. También fue destacable su relación con el obispo Fray José Cueto de la Maza, con quien colaboró en obras benéficas; le dedicó un “Himno a Santa Teresa”, hoy conservado en el archivo de la Catedral de Canarias, y le asesoró en la compra del órgano de la iglesia parroquial de Santa María de Guía, que él mismo estrenó con un concierto ofrecido el 14 de enero de 1900, en el que, según crónica del periodista Francisco González Díaz, “el órgano tronaba, cantaba sobre Guía entera estremecida y las ráfagas de la tormenta sonora hacía doblar las cabezas, como se doblan las espigas al viento”. En Guía pasaba temporadas que tanto le apetecían en la casa que tenía en la entrada de la ciudad norteña su amigo y compatriota el comerciante Juan Ladeveze y Redonnet, la afamada ‘Villa Melpomene’, que aún hoy se conserva, y donde trabajó en su ópera ‘Dejanaire’. Entre sus amistades estuvieron las principales familias de la Isla que lo acogieron y atendieron siempre, como Alejandro Hidalgo Romero, que lo acompañó en excursiones a Tejeda y Tirajana; Diego Mesa de León, que le recibió en su casa en El Monte Lentiscal, y varios socios de la Sociedad Filarmónica que le obsequiaron con una excursión a Bandama, acompañado, entre otros muchos, por Luis Valle, Rafael L. Avellaneda, Eduardo Benítez Inglott o Manuel de la Torre. También gustaba disfrutar de la playa de La Laja, en una de cuyas casas tenía, por aquel entonces, un improvisado estudio el afamado pintor catalán Eliseo Maifrén Roig, donde compartió comidas, tertulias y guitarreos con Néstor Doreste y Miguel Padilla.




En 1900 fue nombrado Hijo Adoptivo de la Las Palmas. 

Saint-Saëns no abandonaría definitivamente la Isla hasta el 3 de marzo de 1909. Lo cierto es que, con su verdadero nombre, no lo dejaban tranquilo. Los homenajes y nombramientos eran continuos y él prefería los días que había vivido bajo en anonimato de su primera visita, su pequeña travesura, algo que, como él, ya no regresaría.

viernes, 21 de abril de 2017

Ambientación El Puerto de la Luz

       María Cabal, del blog Paseando a Miss cultura, y Lidia Cantero, que administra Cielos de papel y tiene una maravillosa sección titulada "Entre bambalinas", me han dado la oportunidad para hablar en sus rincones sobre la documentación y la ambientación de El Puerto de la Luz, que ya sabéis que está ubicada en Gran Canaria en 1902. Para mí, este proceso ha sido muy importante porque me siento en deuda con esa isla y sus habitantes. Así que agradezco la oportunidad de compartirlo con vosotros. Os dejo las dos entradas. En ambas, hay un fragmento del libro, aunque no el mismo:


http://blog.paseandoamisscultura.com/2017/04/cocinandoafuegolentoconjanekelder.html



http://mylittlelibraryinthesky.blogspot.com.es/2017/04/entre-bambalinas-el-puerto-de-la-luz.html

jueves, 30 de marzo de 2017

Portada de El Puerto de la Luz.



  Por fin os puedo enseñar la portada de El Puerto de la Luz, una novela en la colonia inglesa de Gran Canaria en 1902, y que saldrá en digital el próximo 23 de abril y, en papel, en junio.

   En breve pondré la sinopsis.

   ¿Os gusta tanto como a mí?






martes, 14 de febrero de 2017

El Puerto de la Luz, ganadora del V premio Harper Collins Ibérica.


         ¡Ya lo puedo decir! El lunes por la mañana recibí la llamdada de la editorial para comunicarme el resultado del premio y, desde entonces hasta que lo comunicaron oficialmente, tuve que morderme la lengua para no gritarlo a los cuatro vientos.
         Otro día os hablaré de la novela; ahora, solo decir que es un honor compartirlo con M.C. Sark, María José Tirado, Anabel Botella y Toni Sanz.
         Y, pasados los primeros minutos de euforia, me consta que esto me obliga a mejorar, a ser más cuidadosa y a velar para no defraudar las expectativas.
         ¡Gracias por todo!









sábado, 4 de febrero de 2017

Esculturas Nick



       En El parasol francés se nos cuenta que Nick hace esculturas de pared y las utiliza para decorar el hotel. Las esculturas/cuadro en las que yo estaba pensando son las que realiza el escultor contemporáneo Alberto Berástegui (Pamplona, 1972) y de las que os dejo algunos ejemplos.

       En realidad no son de hierro, sino de acero corten, que facilita su oxidación y les da unos colores muy peculiares. La mayoría de las tramas se basan en las fractales y producen juegos muy interesantes.

      Bonitas, ¿verdad?







viernes, 6 de enero de 2017

Sinopsis de EL PARASOL FRANCÉS.





         Cuando Martha Calloway, dama de compañía de Lady Kerrington, se ve abocada a regresar a Horston diez años después de su partida, su corazón se inquieta profundamente. Sabe que allí sigue Nicholas Wayne, a quien ella decepcionó al no cumplir una promesa. Además, también es consciente de que las vecinas del pueblo van a criticar su nueva condición, pues todas creían que se había casado con un barón. Para evitar sus miradas, acepta un parasol que le regala una compañera.

La vida de Nick ha cambiado mucho en este tiempo. Cuando descubre que Martha ha regresado, espera una explicación sobre lo que sucedió en el pasado, pero ella evita encontrarse con él. Es entonces cuando Nick decide demostrarle que ya no le importa. Sin embargo, tal vez se esté engañando a sí mismo.


miércoles, 28 de diciembre de 2016

El parasol francés.

    
         Después de mucho tiempo sin dar noticias, ya puedo anunciar que el próximo 19 de enero sale El parasol francés, la última novela que forma la serie "Crónicas de Horston".






miércoles, 10 de agosto de 2016

Albert Camus en Ibiza

     Para quienes me habéis expresado por facebook vuestro deseo de leer el capítulo del libro sobre Camus en castellano:

"CAMUS EN LAS PITIUSAS



            Se viaja para huir, para encontrar, por curiosidad, por algo que nos invita a aventurarnos más allá… Muchos son los motivos que empujan a un viaje y uno de ellos es el hambre. A lo largo del siglo XIX, muchos ibicencos emigraron a Cuba o Argel en busca de un futuro mejor. Las salidas hacia el norte de África continuaron durante el siglo XX hasta que las luchas entre franceses y argelinos a partir de 1954 desvanecieron toda esperanza de prosperar en esas tierras y los isleños aventurados regresaron a Ibiza. Durante aquel tiempo tampoco había línea marítima con Argel y quienes querían salir iban primero a Palma y desde allí embarcaban en un buque de mercancías y viajaban apretados en la bodega. Pero a veces se atrevían a probar suerte en pequeñas barquichuelas y a navegar directamente hacia el Sur. Incluso, en ocasiones, los propios ibicencos que residían en Argel hacían un viaje de ida y vuelta para recoger a algún amigo o familiar. Junto a los pitiusos, mallorquines, menorquines, valencianos y alicantinos (también murcianos y catalanes, pero en menor medida) crearon sus pequeñas colonias en la gran bahía de Argel. De la misma manera que en Argentina llaman gallegos a todos los españoles, en Argel llamaban mahoneses también a los ibicencos. Tal vez los primeros en emigrar fueran los menorquines y el gentilicio de su capital se extendió a cualquier isleño que hablara catalán. También en Ibiza aún se llama murcianos a todos los peninsulares que hablan castellano y tampoco sabemos con certeza por qué.
Viajar a Argel era viajar a una Ibiza gigante en la que el verano se derramaba con plenitud y desfachatez. Se huía de la crueldad de la penuria y la escasez de trabajo y se buscaba refugio en la construcción, aunque también había pescadores, barberos, comerciantes o dedicados a otros oficios. Era aquella una Ciudad Blanca que acogía a los que abandonaban la Isla Blanca, pues la arquitectura ibicenca debe mucho al diseño y la cal de las construcciones árabes. Ibiza y Argel se parecen. Sobre sus concomitancias, además de, en mi caso, poder contar con el testimonio de mi padre, ya que mis abuelos emigraron y él nació allí, resulta interesante el artículo que  Miguel Ángel González publicó en Diario de Ibiza en 2010. El periodista alude a la etimología del nombre de Alger, que significa “islotes”, ya que éstos salpican la bahía argelina. Lo mismo ocurre en la isla de Ibiza, incluso en la ciudad.  La familiaridad de los paisajes y costumbres de ambos lugares es notable, aunque Argel  por entonces ya era una gran ciudad y la capital de Ibiza no llegaba a los ocho mil habitantes. Podría decirse que la ciudad de Ibiza era una especie de Argel recogida sobre sí misma. Ya en tierra, en Argel se alzan colinas edificadas con construcciones antiguas como el barrio de Nueva Cuba que recuerdan enseguida a Dalt Vila, como si en ambos lugares la propia naturaleza quisiera alzarse un poquito para ver mejor el mar. Albert Camus residía en el barrio obrero de Belcourt, cerca de la Kasbah, y tal vez algún ibicenco le comentó que aquel lugar le recordaba a Sa Penya o que, allá, en la isla que habían dejado, también los niños aprendían a nadar en el puerto con salvavidas improvisados. Los pescadores, la lonja, los promontorios, las llanuras, los barrios de callejuelas enrevesadas de casas blancas, la permanencia de una tradición, los extranjeros, los bares, el puerto… Ibiza era Argel a escala humana. También parecían venir de la costa africana el mar, la vegetación, las gallinas, los aromas y el sol. Ese sol de un mediodía que se alarga más allá del instante en estos lugares del sur Mediterráneo.
Camus llegó a Ibiza en verano de 1935, con veintiún años, procedente de Mallorca, donde había pasado casi dos semanas. Era la primera vez que salía de Argelia. Venía con Simone Hié, su hermosa mujer, de la que ha pasado a la fama su adicción a la morfina y la propia esclavitud a la que la forzaba esta necesidad. Se ha especulado sobre la posibilidad de que Camus iniciara el viaje para apartar a Simone de aquellos que en Argel le pasaban drogas a cambio de relaciones sexuales, pero eso no puede saberse. La turbulenta relación no sobreviviría mucho tiempo más. También lo acompañaban sus cigarrillos y los últimos coletazos de una tuberculosis que rara vez se superaba en aquella época y Camus, aunque había vencido esa batalla, había aprendido a convivir con la presente amenaza de la muerte y a observar la vida como un regalo que implacablemente desaparecerá.
Walter Benjamin había estado en Ibiza durante varios meses en 1932 y el verano de 1933. Pero Benjamin era alemán y observaba la isla y la luz mediterránea con mirada nueva. Para él, el viaje supuso también un viaje en el tiempo, a una sociedad rural y arcaica que ya pensaba superada. Camus venía del Mediterráneo, de la misma luz y de los paralelismos socio-económicos, aunque en la ciudad argelina el capitalismo había entrado antes y una parte de la zona portuaria se había edificado en función de las necesidades de un modo desidentificado de su carácter. Ibiza aún conservaba sus tradiciones y eso despertaría la admiración de muchos viajeros durante bastante tiempo. Benjamin se sorprendió de la austeridad de la casa payesa; Camus, por el contrario, se identificó con ella. Escribió: “me gustan las casas desnudas de los árabes y los españoles.
Había más franceses en la isla. Era un lugar barato y el clima, la belleza y el ‘precio de la vida congregaban a bastantes extranjeros europeos. Jean Selz se había marchado el año anterior y había escrito en la revista La Nature: “Si penetrar en la Antigüedad significaba normalmente caminar entre ruinas y despojos, en Ibiza la Antigüead vivía allí, intacta en su mundo rural”. Mucho antes que él, había pasado por Ibiza Gaston Vuiller y desde el 26 de abril hasta el 3 de mayo publicó, en Le Tour du Monde, grabados y textos dedicados a Ibiza y luego ampliaría sus impresiones en el libro editado en 1883: Les îles oubliées, les Baleares, la Corse et la Sardaigne. Por la casa que Jean Selz tenía alquilada en la calle de la Conquista, en Dalt Vila, habían pasado nombres emblemáticos como Walter Benjamin, Elliot Paul, Raoul Hausmann, Paul-Renè Gauguin, Anna Maria Blaupot ten Cate, Drieu de la Rochelle… También pasaron por el Migjorn, el pequeño bar que Guy Selz, hermano de Jean, regentaba en el puerto de Ibiza. La mayoría de ellos se identificarían con el artículo de Selz, lo hubieran de leer o no, y, como apunta Vicente Valero en Viajeros Contemporáneos, se sintieron descubridores del Mediterráneo más auténtico.  
Elliot Paul aún estaba allí cuando llegó Camus y, aunque el argelino visitó Santa Eulalia, lugar en el que residía el norteamericano, no hay constancia de que se encontraran. Camus no era conocido. Al menos, en su libro Vida y muerte de un pueblo español, Elliot Paul no hace ninguna referencia a Camus, como sí las hace de pintores de la época con quienes allí alternó. También el alemán Raoul Hausmann se encontraba en la isla en 1935. Residía en Can Palerm, una casa payesa en Sant Josep, con su esposa Hedwig Mankiewitz y su amante Vera Broïdo. Pero Camus no visitó este pueblo ibicenco. Así que no podemos saber con quiénes alternaron Albert y Simone, pero al menos, gracias a los apuntes que él tomó, conocemos por qué lugares se movieron. En aquella época había 67 automóviles en toda la isla, pero ignoramos si alquilaron alguno o hicieron el trayecto a Santa Eulalia en carro, que era lo habitual.
Para llegar allí, hay que atravesar los campos, partir desde el otro lado de la bahía del puerto ibicenco y acercarse a Jesús. Seguir avanzando y dejar Santa Gertrudis al oeste y proseguir hacia el noreste por zonas de siembra y de bosque mediterráneo. El olor del romero y la absenta, los asfódelos, los pinos, almendros, olivos, higueras, algarrobos… le eran familiares a Camus. Y el sol, el sol derrochado que tanto conoce: “Caídas desde la cima del cielo, oleadas de sol rebotan brutalmente en el campo que nos rodea” (El verano). Sin la amenaza del desierto, salvo en la arena húmeda del litoral, era como si la isla fuese un pedazo arrancado al norte de Argelia.
El viajero tenaz llega entonces al pueblo que da nombre al río y recibe el suyo de él, Santa Eulalia del Río. Por aquella época el Río de Santa Eulalia llevaba agua y tenía pequeñas cascadas; el hecho de cruzar el puente romano y adentrarse en la curva que seguía paralela a la bahía suponía la entrada a las primeras calles. Esto no ha cambiado, si se viene desde Ibiza. Frente a la bahía y la desembocadura, Santa Eulalia se alza sobre el Puig de Missa, la iglesia blanca de la colina. De nuevo, Camus, debió de reconocer el paisaje. Probablemente subieron al promontorio y observaron el horizonte y se supieron privilegiados. “Ver y ver sobre la tierra”, escribió en Nupcias, y probablemente entonces también lo sintió. En sus notas apuntó: “Santa Eulalia: la playa. La fiesta”, así que podemos imaginarlo paseando sobre la arena, acercándose o alejándose de la desembocadura del río y, con la mirada de quien recién ha superado la muerte, probablemente se identificó con su Plotino, “La Unidad se expresa aquí en términos de sol y mar” (Nupcias). Pero también coincidió aquel día con un día de fiesta y tal vez fuese un cinco de agosto, Santa María de las Nieves, patrona de la isla. No cabe duda de que, si así fue, los trajes típicos de las payesas con sus joyas (ses emprendades) lucirían cayendo desde sus cuellos y los payeses, barretina y fajín rojos, andarían ataviados de blanco y negro, colores en los que Camus encontraba la verdad. “Ciertos campesinos españoles llegan a parecerse a sus tierras”, escribió en Nupcias y es posible que se refiriera a la rugosidad de sus rostros, dibujados por la experiencia y lo telúrico (el calor, la humedad, la sal, la brisa), pero también a la oposición cromática del blanco y el negro con que definía los días y las noches de Argel. En la fiesta ibicenca no faltan bailes (Sa llarga y sa curta) y también el baile ibicenco viene de una teoría solar. En torno al hombre que danza de forma casi agresiva y enajenada (el sol), las mujeres giran (orbitan) circularmente en pasos lentos en una envoltura astral. El sincretismo del baile armoniza con la Naturaleza abismada mientras las castañuelas, las flautas y los tambores recuerdan a las ancestrales canciones árabes.
En sus apuntes, Camus menciona las paredes de piedra y los molinos del campo. En la isla, los muros (els margens) escalonan las colinas y convierten la ladera en terraza para favorecer el cultivo. Han sido levantadas piedra a piedra con paciencia arrugada, pero la piedra solo ha sido movida. Al mundo este pequeño movimiento no le supone ninguna alteración. En El verano, el autor reflexiona sobre las piedras de Orán: “Claro que no es posible destruir la piedra. Tan sólo se la cambia de lugar. De cualquier manera, durará más que los hombres que la utilizan”. Y, en otro fragmento del mismo libro, anota: “Es mediodía. El propio día está en pleno equilibrio. Cumplido su rito, el viajero recibe el precio de su liberación: la piedrecita seca y suave como un asfódelo que coge en el acantilado. Para el iniciado, el mundo no pesa más que esta piedra.” Tal vez pensara ya eso en Ibiza y lo escribiera después, a propósito de otras piedras.
Camus dio importancia a los molinos ibicencos y la primera imagen que sugiere esta construcción que juega con el viento es la del personaje cervantino por excelencia. A principios de siglo P. J. Toulet había publicado Le Mariage de Don Quichotte. En esta novela, don Quijote viaja a Ibiza para fundar allí su república e ideal de justicia. Toulet no creó una isla imaginaria ni inventó una ínsula en ningún lugar, sino que escogió la existente Ibiza. Las descripciones de la muralla están hechas con precisión y detalle e incluso Toulet remarcó el carácter indolente de los africanos en los habitantes de Ibiza. Resulta imposible no relacionar un molino con la figura de Don Quijote. El baile, también circular, de las aspas de un molino tiene algo de milagroso en verano. Los molinos que coronan el Soto, detrás de la ciudad amurallada y en un descenso que inicia el camino hacia la playa de Ses Figueretes, agradecen su ubicación a cierta altura, pues consiguen colmar su función de tanto en tanto y desperezan sus aspas con la brisa. Pero los molinos de la llanura permanecen inertes la mayor parte del tiempo. El verano es una estación de viento pausado y demorado, como si el vaho caliente que el sol desprende a la tierra impidiera cualquier movimiento de aire. El alzamiento de brazos de estos molinos recuerda más a un bostezo que a un acto estéril por agarrar algo de viento. Como en los propósitos de don Quijote, hay una desarmonía en esa imagen arraigada al cielo y a la tierra. Al final del verano retomarán su movimiento, pero ahora su cadencia vacía no es más que parte del paisaje. El molino adentrado en el campo aguarda paciente el sentido del ser y produce una envidia augurada y melancólica en los ojos de quien lo observa. Es como si el molino asumiera que el verano son sus “horas de mediodía en que las palomas buscan un resguardo, la lentitud y la pereza” (El revés y el derecho).
Camus paseó por Sa Penya, barrio de callejuelas estrechas y casas blancas y subió a Dalt Vila, la ciudad amurallada. La propia muralla, como la isla y su cultura, es ya fruto del sincretismo mediterráneo. Piedras fenicias, romanas y árabes conviven con las cristianas figuras que conducen hasta la Catedral. La arqueología, aquí, no está recogida y apartada como en Tipasa, sino que es habitada y convertida en mirador del horizonte, los islotes y la ciudad. Desde allí, el mar y el cielo pertenecen a la mirada y el mundo entero puede ser observado con cierta in-diferencia. La luz lo inunda todo en esta comunión natural. No es la altura la que produce cierta sensación de vértigo, sino la belleza, el goce de lo bello. “La revelación de esta luz…  tiene de entrada algo sofocante. Uno se abandona a ella, se queda fijo en ella, y después se da cuenta de que ese demasiado largo esplendor no le entrega nada al alma, y que no es más que un gozo desmesurado” (El verano).  El leve tedio de tanto sol y el sopor de una luz deslumbrante marcarán a Camus. Porque en la belleza, en esta pequeña embriaguez del alma, uno comprende que la percepción se difumina en la voluptuosidad, en lo inabarcable; la Naturaleza desborda y no puede aprehenderse en una mirada. El mar y el cielo son profundidad. Camus era aficionado a los bares del puerto argelino desde donde observaba la bahía, así que no es de extrañar que se aficionara enseguida a los locales del puerto ibicenco. De ello dejó un hermoso testimonio en El revés y el derecho: “En Ibiza iba a sentarme todos los días en los cafés que hay a lo largo del puerto.” Quiero resaltar que me sorprende la expresión “todos los días”. Camus estuvo en Ibiza, a lo sumo, dos o tres días, así que me resulta insuficiente la contundencia del determinante “todos” ante tan poco tiempo. Si estuvo tres días, tres días son todos los días, obviamente, pero las connotaciones y la intensidad llevan la interpretación más allá. Esta familiaridad, este reconocimiento del todos los días no puede sino conectarlo con la familiaridad y el reconocimiento de sus tardes de Argel. Camus anotará en Nupcias ciertos paralelismos: “pero Argel, y con ella ciertos ambientes privilegiados como las ciudades sobre el mar, se abre al cielo como una boca o una herida”. Sin embargo, no me refiero a la condición de ciudad portuaria, sino a la evocación de sentimientos similares ante un paisaje reconocido. Camus une en sí ambos lugares.
En su ciudad africana, Camus gustaba de leer periódicos en las terrazas de los bares. En la Ibiza de 1935 existían dos periódicos locales: el Diario de Ibiza y la Voz de Ibiza, ambos de ideología conservadora. También acababa de aparecer la publicación Masas, de línea comunista, pero Camus no menciona que aquí hojeara la prensa, por curiosidad, a pesar del idioma, sino que más bien se dejaba llevar por la observación. En el texto mencionado anteriormente, añade: “A eso de las cinco, los jóvenes de la localidad pasean, en dos hileras, arriba y abajo, del muelle. Así se hacen las bodas, y la vida toda. Es imposible no pensar que hay cierta grandeza en el hecho de empezar así la vida, delante de todo el mundo”. Camus admira el modo de proceder de los habitantes de la ciudad en el ritual del cortejo. Cada tarde, grupos de chicos y de chicas caminan una y otra vez, manteniendo un orden cívico, de un lado al otro del puerto para ver y dejarse ver. Entonces surgen las primeras miradas, los primeros guiños y saludos, las primeras palabras. Algunos grupos se unen y algún chico osado se atreve a colocarse al lado de la muchacha en la que se ha fijado con antelación. También las parejas recién formadas pasean por el mismo lugar, a veces con carabina y, otras, acompañados de amigos, tanto de él como de ella, para que puedan nacer nuevos romances. Es posible que Camus recordara esta estampa al hablar del “amor solitario y poblado”. Lo más privado comienza aquí en lo público.
Las primeras horas de tarde estival ibicencas parecen una prolongación del mediodía. Las sombras aún son pequeñas y el sol aplasta e invita a la quietud y a la somnolencia. Lo presente se mezcla con el recuerdo, como señala Camus en el mismo texto: “Me sentaba, aturdido aún del sol del día, rebosante de iglesias blancas y de paredes gredosas, de campos secos y olivos hirsutos. Bebía horchata dulzona. Miraba la curva de las colinas que tenía enfrente. Bajaban suavemente hacia el mar. El mar se volvía verde. En la colina más alta, la brisa hacía girar las alas de un molino.” Las pequeñas montañas que se alzan tras la playa de Talamanca, es Cap Martinet y es Puig Manyà, prolongan la bahía hacia el norte del puerto. El bosque, de pinares y sabinas, una naturaleza habitada por cigarras, ayuda al adormecimiento y a una cierta embriaguez telúrica. Uno siente el vaivén interior como un liviano salir de sí y volver a sí. Es un temblor trascendente en el que se insinúa una verdad: “Nada es realmente dicho, pero todo está sugerido.” (Prólogo a Les îles, de Jean Grenier). En la tenue ceguera de esta luz, aparecen la lucidez y la sensación (o conciencia) de la insignificancia de lo existente: “Lucidez e indiferencia, los auténticos signos de la desesperación” (Nupcias). Sin embargo, esa misma embriaguez solar es portadora de una plenitud calcinante: “Aquí, al menos, el hombre está colmado” (Nupcias). A veces parece que la misma belleza es, a un tiempo -en cierto modo todo lleva en sí su dualidad, su oposición-, consuelo de la propia lucidez: “Empecé a vivir en la admiración, cosa que es el paraíso terrestre” (Prólogo a Les îles, de Jean Grenier). También Cioran, durante su estancia en 1966 en la playa de Talamanca, en un lamento prolongado ante tanta fiebre solar, admiró la belleza de este paisaje. Para Cioran, el sol de agosto y el sopor suponían un martirio, Camus encontraba una gracia en esa somnolencia luminosa que diluía al hombre en el paisaje: “En mi caso, esa misericordia de la que hablo se llama más bien indiferencia.” (Nupcias).  
Jean Grenier, profesor de Camus en el Liceo de Argel, había publicado hacía poco Les îles, libro que en una reedición posterior prologará su alumno, pero que ya había dejado una huella imborrable en él. En este prólogo, Camus apuntará: “El viaje escrito por Grenier es un viaje hacia lo imaginario e invisible, una isla en la búsqueda de una isla”, donde se exalta el apego por lo perecedero. No hay más. Pero en realidad, esta obra no es un libro de viajes, sino una comprensión temprana del vacío y, a pesar de esta vacuidad, del deseo de vida y plenitud. Las islas simbolizan el instante de esta plenitud, que es un reconocimiento con el todo, con el absoluto, aunque el absoluto es portador de la disonancia, pero también del carácter efímero de esta experiencia.  Camus, en El revés y el derecho, escribe: "Podemos viajar no para escapar, lo que es imposible, pero para encontrar e identificar. Cuando hacemos este reconocimiento, añade, se ha completado el viaje”. En Ibiza, Camus se reconoce, ya se sabía parte de Argel y ahora siente una prolongación de su paisaje en la isla, de sí mismo: “Ante el mundo y proyectado en cuanto me rodeaba, poblaba el universo con sombras semejantes a mí”. Es todo lo que puede dársele al hombre nacido en un clima de luz y sol. El que ha nacido en un paisaje frío y nublado puede confiar en la esperanza de otro lugar, soñar con el sur, pero el que ya ha nacido en un clima que colma es estéril a este sueño. Solo puede aspirar a reconocerse o a ficcionar otra isla: “Aquellos a quienes la luz y las colinas colman a toda hora, esos no confían. Sólo pueden soñar con un algo imaginario” (Nupcias).
En el texto dedicado a Ibiza, Camus prosigue describiendo el atardecer: “Y por un milagro natural, todo el mundo bajaba el tono de voz. De forma tal que no había ya sino cielo y palabras cantarinas que se alzaban hacia él, pero se oían como si llegasen desde muy lejos. En aquel instante de crepúsculo imperaba un algo fugaz y melancólico que no sólo notaba un hombre, sino un pueblo entero”. El día oxidado, el momento en que perece la luz, una inundación melancólica que parece habitar en todo lugareño y convierte el instante en un deseo de agarrar y amar la vida para eternizar el movimiento antes de que sea aplastado por la quietud: “Debían perecer, y por eso era necesario amarlas desesperadamente” (Nupcias), porque hay que rebelarse contra el Absurdo: “el animal goza y muere, el hombre se maravilla y muere, ¿dónde está la meta?” (Nupcias). El derecho y el revés de la belleza, la plenitud y el vacío, la indiferencia y el goce: “El miedo y la atracción se mezclan, se avanza hacia ellos y se huye a la vez, uno no puede quedarse quieto. Pero llega un día en que se recompensa el movimiento perpetuo: la silenciosa contemplación de un paisaje para cerrar la boca del deseo”, apunta Grenier en Les îles, y añade: “El Vacío reemplaza inmediatamente a la plenitud”. Camus, en el prólogo a este libro, escribe: “El sol, el mar, la noche… son dioses de goce, por tanto vacían”. El mar y el cielo son profundidad, van más allá y su contemplación empuja a ir más allá. Y entonces se atisba cierta visión confusa del Todo y la Nada: “Esa Nada que no pudo nacer sino ante paisajes agobiados de sol. No existe amor a la vida sin desesperación a la vida” (El revés y el derecho). Y entonces necesitamos, como Simone, cierta dosis de morfina para soportar el dolor, ese don dionisíaco de la embriaguez, de cierto tedio: “Hay pueblos nacidos para el orgullo y la vida. Son los mismos que nutren la más singular vocación para el tedio” (El revés y el derecho). También Manuel Padorno, poeta de isla y de luz,  hablaba de la figura del alelado.
Camus era consciente del privilegio del sol y la luz de Argel, de ciertos lugares mediterráneos. Eso es algo que no se elige, viene dado. Camus es el primero en hablar de la injusticia del clima: “La pobreza nunca me pareció una desgracia: la luz derramaba sobre ella sus riquezas” (El revés y el derecho). El Mediterráneo tiene un sentido trágico solar que consiste en tocar la desesperación a través de la belleza. Para Grenier, las islas simbolizaban ese instante de privilegio, esa belleza. Para Camus, Ibiza lo supuso. El atardecer en el puerto le inspiró: “En lo que a mí se refería, sentía las mismas ganas de amar que se sienten de llorar. Me parecía que todas mis horas de sueño iban a ser, a partir de entonces, horas robadas a la vida… es decir, el tiempo del deseo sin objeto”.
Durante sus meses en Ibiza, Walter Benjamin había escrito “No olvides lo mejor”; más adelante Camus titularía el texto en el que rememoraba su estancia en las islas “Amor por la vida”. Sin duda alguna, ambos títulos han contribuido a crear el mito de Ibiza."